Día 3: Disfrutando del Sandos Caracol Eco Resort

La causa o el efecto de hacernos mayores también se refleja en la hora de despertar. Quién nos lo iba a decir hace unos años. Pero si lo aceptas y buscas el lado positivo, descubres y disfrutas que a esas horas apenas hay gente y el disfrute es más gozoso. Pero no a todas las personas nos pasa a la vez, así que alguno y alguna sí, y algunos y algunas no, nos recorremos los recovecos de este hotel integrado en plena naturaleza. Nos hemos abrazado al árbol sagrado de la sabiduría, el ceiba, juntado con iguanas, ceoties, ciervos, pavos reales, monos, mapaches… visto ruinas maya, y hemos sido picados por mosquitos sin demasiada compasión.

Al principio y al final del día es su momento, así que si vienes a concursar, te puede tocar. Y eso que el hotel cuenta con dispensadores con repelente de mosquitos, pero o bien, se les olvida rellenarlos o el problema de los suministros también alcanza a este sector, pero el caso es que a penas encontramos alguno que esté lleno. E incluso dudamos de su eficacia porque a pesar de habernos rociado cuál cosecha, los mosquitos han hecho a la perfección su cometido. Soportable de momento. Veremos qué tal evoluciona.

Otra de las ventajas de madrugar, es que hemos podido reservar en un par de actividades que ofrece el hotel y que de otro modo no puedes realizar. Exprimiendo al máximo las opciones. Desayunamos, de maravilla por cierto, y de cabeza al cenote del hotel. Es uno pequeñito pero perfecto como aperitivo para los que vendrán después. Y mola, el color del agua, la vegetación, los peces, tortugas… y ese disfrute compartido que tan rico sabe.

El hotel cuenta además con una zona de aquapark a la altura de las expectativas de nuestras criaturas que como los y las adultas, han salido disfrutonas, así que gozan mientras el resto tumbona en nalga y cóctel en mano, van dejando pasar la mañana.

Al rato nos vamos a la playa. Y sí, parecido al paraíso no os lo vamos a negar. A la sombra de un cocotero, con la brisa acariciando y con el poder que te da ser dueño de tu tiempo, inevitable no sonreír y no sumar a la saca de los buenos momentos que conforman entre otras, la vida.

La experiencia de comer-cenar (nos regalan la reserva a las 17:30 por lo que todavía estamos por discernir si comimos o cenamos. De locas y locos) en el restaurante japonés, es eso, una experiencia. Los maestros cocineros cocinan en una plancha para cada grupo de personas y eso ya hace que merezca la pena. La cocina no es del todo japonesa si nos ponemos exquisitas y exquisitos y la temperatura del local es realmente elevada, pero comes rico y en abundancia y eso nunca puede ser malo. Gracias Gerardo por permitirnos vivir la experiencia.

Acabamos el día con el espectáculo de fuego que ofrece el hotel recreando un ritual maya. Pero se hace largo, también por la espera, y pelin lento. Además resulta difícil trasladarte al momento con un montón de personas hablando alrededor. Una pena.

Salud y bien de madrugadas aprovechadas.