Día 7: Chichén Itzá

El canto de los pájaros y la luz del sol que se cuela de poco en poco por la ventana, son nuestro despertar en estos días. Seguro que suman vida.

Hoy también tenemos una baja. El aire acondicionado es nuestro más fiel aliado pero a veces muestra su cara más fea cuando nos enferma y no nos deja avanzar. Nada que el reposo y un poco de paracetamol no pueda aliviar. Para nuestra visita a Chichen Itzá madrugamos, entramos al poco de abrir y nos regalamos una ayuda, la de René que nos guía con sus explicaciones por las famosas ruinas mayas. Chichen Itzá es lo que ya habíamos visto, más lo que habíamos imaginado y todo esto se multiplica cuando llegas a la explanada y lo ves. La carne se pone de gallina cuando imaginas cómo se debió vivir y cómo debieron pensar y sentir. Cómo lo mágico y lo real convivían y cómo queda tan lejos y a la vez tan cerca cuando haces la reflexión acerca de las estructuras de poder y la necesidad de creer.

Rene nos habla maya, nos explica la acústica, la necesidad de diferenciarse y la reencarnación. De calendarios lunares y solares, del cenote, de los sacrificios humanos y del juego de la pelota. Durante dos horas y a pesar del calor, nos sumergimos y también disfrutamos. Alimento para el cerebro del rico.

Y aún nos da tiempo antes de partir, de volver a bañarnos en el cenote Ik Kil del hotel que está a menos de 10 minutos de Chichen Itza. Altamente recomendable. Todavía valoramos más el habernos podido bañar sin más gente porque a esta hora sí que la hay y somos plenamente conscientes de la diferencia.

Como nos gusta experimentar, también nos vamos de visita a una comisaría local. De momento no hemos sido detenidos ni detenidas, no preocuparse, pero si nos han marcado la puerta del coche y si no queremos tener problemas con el seguro, sí o sí hay que ir a poner la denuncia.

Continuamos para Mérida. Por el camino da tiempo para mirar y es cuando más somos conscientes de que el mundo son muchos mundos y de que lo que nos parece habitual, en otros lugares no lo es tanto. Todo puede cambiar o no pero lo que está claro es que “lo normal” y “porque siempre ha sido así” no es una verdad absoluta.

Las carreteras están llenas de topes o montículos de estos que controlan que la velocidad no sea elevada. Pero lo son de forma intensa, como el picante; o frenas o acabas con los bajos lastimados. La selva además discurre a ambos lados de ella como si más allá no hubiera nada más y deja muy clarito quién llegó en primer lugar. Y las mariposas. Bonitas y amarillas vuelan todo al tiempo alrededor y te concentras en silencio para que las pobres no se choquen contra el cristal.

A media tarde llegamos a la Hacienda Sacnicte, en plena selva. Recuerda un montón a una época colonial leída en muchas novelas, con un montón de rincones bellos. Es un lugar que invita al descanso sin lugar a dudas pero si llega la noche, mejor hazlo dentro de tu habitación.

Después de cenar (ceviche, guacamole, atún fuego…todo riquísimo), la naturaleza ocupa su lugar y empieza el desfile constante de criaturas salvajes no apto para todos los públicos: tarántulas, gusanos, sapos y ranas y hasta serpientes. Alguien da más?

Salud y hielo en el agua.