Sorprendentemente hemos dormido de maravilla. El calor que teníamos en la casa se ha fugado por las rendijas. Seguro que se ha ido de fiesta. Hablamos de hasta sabanita a primera hora de la mañana. Ahí es nada! Para desayunar, teníamos que acercarnos al bar que está junto a las casitas. Un bar de parada en carretera. Y todo estaba muy rico: te, café, cacao, zumo, bizcochos, pan del bueno, tortilla, yogurt, un tipo de hojaldre para comer con mantequilla y mermelada...todo rico, rico de verdad. Disfrutón. Si le añades la sonrisa y la ceremonia con la que nos lo han servido, el día empieza con otra energía.
Mañana de equipos de nuevo: equipo piscina y equipo explorar. La piscina del hotel no es sólo para los y las que estamos alojados. Hasta allí se acercan chavalillos (sólo había una niña) también a disfrutarla. Y lo hacen andando, o en bicicleta, con el calor. Haciendo de esa experiencia algo especial porque no es tan fácil llegar hasta allí. El poder compartir, aunque sólo sea un rato con ellos, es de esas vivencias que suman siempre y esperamos dejen poso.
Para los y las que elegimos aventura, nos vamos de excursión. A unos 50 minutos en coche de donde estamos alojados, se encuentran las minas de Ahouli. Fueron explotadas desde 1972 hasta 1975 por los franceses según nos cuenta Mohamed, que trabaja y vive allí. Ahora están abandonadas pero hay unos pocos hombres que todavía a día de hoy se introducen en ellas para robarle a la roca algún que otro mineral para luego venderlos. Para los y las amantes de estos materiales, curioso de ver, pero sobre todo gusta ese juntarse y que te cuenten, en ese entender a veces y otras no, cómo y de qué viven y hacernos una idea de cómo se pueden sentir. La vida de las personas es una suma de circunstancias tan distintas que el saber si es una cuestión de elección personal, de no tenerla, de si la libertad existe o es sólo una quimera, se convierte en dilema y espacio de reflexión en nuestro camino de vuelta al hotel. La vida. Tan complicada. Tan sencilla.
Seguimos de camino al Sahara y el calor sigue en su empeño de hacerse notar. El tráfico sigue loco y pobres líneas continuas a las que nadie hace caso. Cuando menos te lo esperas,en mitad de la nada, aparecen personas que caminan o simplemente esperan. Y siempre nos preguntamos de dónde vendrán y a dónde irán. Reflexiones de un road trip que a ratos, se hace largo.
Antes de venir, ya habíamos leído que hay un montón de controles policiales. Y es verdad. A cada poco hay uno que, o bien te deja pasar, o te paran y te piden la documentación para ver si todo está en regla. En todas las recomendaciones, te avisan que es importante hacer bien el stop y no continuar hasta que los señores agentes te lo permitan. Y mira que somos desobedientes en general, pero hay cosas con las que es mejor no jugar, y ésta es una de ellas. Poco que ganar, mucho que perder.
Hoy hemos tenido mala suerte. Justo cuando nos habían parado para comprobar que todo estuviera en orden, un señor que venía en bicicleta en sentido contrario, se ha chocado con nuestro coche, sacando una pequeña pieza del vehículo. Así que se ha liado un poquito la cosa: papeles, seguro, que si no nos enteramos bien, que nos dice el policía que si el señor nos paga 100 dirhams todo solucionado, nosotros que no...Y mientras el otro policía, a nuestro otro coche intentando ponerle una multa de 400 dirhams por no haber hecho bien el stop. Éramos pocos... Al final con un “nosotros hemos parado, no vamos a pagar” y un golpecito en la aleta que se había desencajado, todo solucionado. Buff, menos mal.
Y llegamos al desierto. A Merzouga. Y dormimos a sus pies. Es una pasada. Nos sentimos especialmente privilegiados y privilegiadas de poder estar aquí. Y no vemos el momento de descalzarnos y tocar esa arena. Pero antes que nada, necesitamos un baño. El calor también es real y por muy conectados y conectadas que nos sintamos con la naturaleza, lo primero es lo primero. El refrescarnos se convierte en vital cuando estás a tantos grados y esa sensación de “me derrito” literal.
El desierto de Erg Chebbi es inmenso, con un algo que te atrapa y al que no puedes resistirte. Pisarlo, sentirlo, formar parte de él y jugar con y en la arena no es una opción. El color varía, cambia según el sol y el juego de luces y sombras es mágico. Sacamos mil fotos pero no somos capaces en ninguna de ellas de captar el halo de respeto que emana el desierto. Esa energía tranquila y pausada que transmite el todo y la nada. Sin palabras.
Después de cenar bereber, saltamos el murete que nos separa de la arena del desierto y volvemos directos a la duna a darnos un baño de estrellas en este Sáhara donde brillan más. Y después de unas cuantas payasadas, nos quedamos en calma, sintiendo, sólo sintiendo. Y es todo un disfrute. Nos damos un baño refrescante y nos acostamos con la sensación de haber estado donde, por lo menos una vez en la vida, hay que estar.
Salud y noches estrelladas
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29-oct-2024 5:35:08
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